miércoles, 14 de agosto de 2013

DIRECTORES: Akira Kurosawa

Las transformaciones del héroe
Tokio 1910-1998

Descubierto en Occidente gracias a Rashomon (1950), Oscar a la mejor película extranjera en 1951, que dio a conocer a su actor fetiche, Toshiro Mifune, Akira Kurosawa, apodado "el emperador del Japón", es el hombre de todos los géneros, que se inspira tanto en el teagtro japones clásico como en los grandes escritores occidentales (Shakespeare, Gorki, Dostoievski), pasando con soltura del drama neorrealista contemporáneo al fresco épico feudal, del cine de género (thriller, película de arte marciales) a la fábula humanista intimista.

Akira Kurosawa cuenta de forma admirable su infancia en su autobiografía. Revela como decepcionó a su padre, descendiente de una saga de samuráis, al ser el único de su clase en suspender la formación militar en el colegio, así como el papel determinante de su hermano mayor, benshi (comentarista de películas durante la época del cine mudo). Éste le transmitió el amor por la literatura rusa y por el cine, por lo que intenta ver todas las películas durante su juventud (Griffith, Lubitsch, Chaplin, Fritz Lang, Dreyer, Murnau, Sternberg, Poudovkine). El suicidio de su hermano mayor, en 1934, provoca un gran impacto en Akira. Decide entonces, tras sus estudios de bellas artes (conservará la afición por la pintura para la preparación de sus películas), dedicarse al cine, para prolongar el trabajo de su hermano desaparecido. "Prefiero pensar que él fue el negativo original de la película y que yo soy su revelado, a modo de imagen positiva". Se inicia en la realización con un golpe de efecto, la Sugata Sanshiro (1943), cuyo combate final entre la frondosa vegetación se ha convertido en una escena de antología. Tras la guerra, dirige dramas contemporáneos sobre el Japón destruido. Lo hace también por necesidad ya que, Estados Unidos, que controla el país, prohibe las películas con samuráis, consideradas transmisoras de la ideología guerrera. Pero también por gusto, dado que Kurosawa se ha sentido siempre atraído por los periodos agitados del Japón, tanto por le que le ha tocado vivir (un país y una economía en ruinas), como por el período de las guerras civiles entre clanes, escenario de sus grandes frescos feudales. Golpeado por la crisis de los estudios después de Barbarroja (1965) y definitivamente distanciado de Toshiro Mifune, permanecerá cinco años sin filmar, para volver con una producción independiente (Dodes'kaden, 1970), un fracaso comercial a la vez que un gran éxito artístico. Tras un intento de suicidio, recupera su confianza a partir de los años 80, gracias a la financiación de admiradores americanos (Coppola, Spielberg, Lucas).

La relación entre el discípulo apasionado de Sugata Sanshiro y su maestro que lo adiestra iniciándolo en su arte, al tiempo que le muestra la vía de la sabiduría, caracteriza su universo, esencialmente masculino, preocupado por la transmisión del saber. Barbarroja, en otro ámbito, prolonga lo anterior, en esta ocasión a través de un médico anciano que enseña a un joven unos métodos de trabajo desconcertantes y poco académicos. Mientras el tema de la transmisión le viene de las artes marciales (la relación maestro-alumno) y del confucianismo (la piedad filial), la afición por el enfrentamiento le es inspirada por la tradición japonesa (el duelo de sables) y por la película negra del cine americano. Concretamente, en Yoidore tenshi (1948), primera película del actor Toshiro Mifune descubierto por Kurosawa, en la que escenifica el duelo fraticida entre un médico alcohólico y un gangster tuberculoso, en el frasfondo de un Japón entregado al mercado negro. A Kurosawa le gusta convertir el ejercicio de una profesión (médico, samurái) en el tema central y en la fuerza moral de sus películas, a imagen del policía de El perro rabioso (1949), inquieto ante la idea de que quien haya robado su arma puede hacer un mal uso de ella.

"Los extremos me gustan ya que son fuente de vida". Es el caso de los cuerpos fogosos, llenos de energía (Toshiro Mifune en El bosque ensangrentado y en El trono de la sangre, 1957), a los cuerpos de los condenados que ven alejarse por un momento su fin, muertos vivientes petrificados, destruidos por la enfermedad (el protagonista de Vivir, 1952) o por un mal interior: el abogado corrupto de Shubun (1950). Esta dimensión fantasmagórica del cuerpo está vinculada a la consciencia de la muerte, la de uno mismo (la enfermedad) o la visión de la muerte frente a frente: el protagonista de Hakuchi (1951), por haber sido testigo de lo peor (el fusilamiento de un soldado), se queda alejado, como alucinado, como si fuera una persona llegada del más allá para atormentar el mundo de los vivos (el episodio del túnel en Los sueños de Akira Kurosawa, 1990).

Pasando de los protagonistas de Los siete samuráis (1954), remunerados por su trabajo a la vez que afirmando sus convicciones (ya no defienden a los señores sino al pueblo de campesinos contra los asaltos de los bandidos), al protagonista oportunista y manipulador de Yojimbo (1961), la película preferida de Clint Eastwood, que inspirará a Sergio Leone y dará nacimiento al spaguetti western, Kurosawa propulsa al héroe moderno hacia un cinismo desencantado y al género hacia la parodia grotesca. Al convertir el ronin (samurái sin maestro) en un héroe melancólico, perdido en un mundo que ya no le quiere, o en un héroe dispuesto a desbaratar las artimañas del poder (Tsubaki Sanjuro, 1962) Kurosawa se convierte para la joven generación del cine americano (Scorsese, Coppola, Spielberg), en un referente fundamental.

Los grandes frescos feudales y épicos de Kurosawa (Kagemusha, la sombra del guerrero, 1980), inspirados en Shakespeare (Macbeth y el Rey Lear para El trono de la sangre y Ran, 1985), y centradas en la ebriedad y la locura destructiva del poder, se convierten en una pintura del caos, para la que Kurosawa se inspira en sus maestros del cine (John Ford, Eisenstein), al tiempo que se nutre de la dramaturgia japonesa (Kabuki, Nô) y de su arte pictórico. En sus memorias, Kurosawa cuenta la visión traumatizante del incendio de Tokio y, sobre todo, la del terremoto de 1923. La pintura del apocalipsis, por muy pictórica que resulte (gran fuerza expresionista de la utilización del color), no puede librarse de ser sometida a la mirada, tal como ocurrió con la anciana de Hachigatsu no Kyoshikyoku (1991) que vio de frente, con sus propios ojos, la bomba atómica. Barbarroja le dice al joven médico: "En la vida, no hay nada tan sublime como los últimos instantes. Mira bien". El cine de Kurosawa, pintor de los extremos, constituye la moral de la mirada.

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