jueves, 15 de agosto de 2013

DIRECTORES: Jean Cocteau

¿Qué es un poeta? 
Es un hombre que cambia las reglas del juego
Maisons-Laffitte 1889 - Milly-la-Forêt 1963

Ante todo poeta, Cocteau quedó seducido por el potencial de imágenes que le ofrecía el cine. Cada una de ellas constituía para él material "concreto", lo que explica la aplicación del término "realismo mágico" a su obra, aunque su forma narrativa haya oscilado entre la veracidad de Les parents terribles (1949) y la fantasía de La bella y la bestia (1946).


Su primera incursión en el cine, Le sang d'un poète (1931), financiada por un mecenas, el vizconde de Noailles, evidencia un gusto acusado por los trucajes elementales y la hibridación visual. Acusada de apropiaciones ilegítimas por los surrealistas, la película, al igual que las posteriores, no está dominada ni por el sueño ni por las tentaciones del inconsciente. Con Le testament d'Orphée (1960) compone su última obra en la que se sitúa a sí mismo en escena en un festival de metáforas disparatadas y autocitaciones, como un bucle que derrite objetos (espejos, estatuas) y temas familiares (la condición del poeta sometido a la mirada de terceros) en un flujo de imágenes creativas. La afición de Cocteau por los grandes mitos no se limita a Orfeo. Dan fe de ello una serie de obras de teatro, que le llevaron a realizar dos películas esenciales en la misma época: L'aigle a deux têtes (1948), tragedia basada en el tema del doble, y La bella y la bestia, un cuento cuyas referencias pictóricas realzan un mundo fantástico alejado de toda tradición cinematográfica.

Jean Cocteau, actor y director, en Le testament d'Orphée (1960)

Sea cual fuera el marco del relato, mítico, psicológico, teatral, legendario, Cocteau se propone huir del realismo anodino: de este modo, Les parents terribles no puede entenderse sobre la única base de una descripción cruel de la burguesía. En ocasiones, comete el "pecado" del énfasis y del preciosismo, sobre todo cuando es Jean Delanoy quien filma sus diálogos (L'eternel retour, 1943; La princesa de Clèves, 1960). Sus propias películas atestiguan de todos modos una misma ciencia cinematográfica: reticencias hacia el relato lineal, primacía de la imagen sobre el texto, confianza en las virtudes del montaje y, en la mayoría de los casos, búsqueda de decorados extraños o insólitos que se adapten perfectamente a los temas predilectos del poeta, ya sean explícitos (el destino, la muerte) o sugeridos (la droga, la homosexualidad, los rituales iniciáticos).

FILMOGRAFÍA
1931 - Le sang d'un poète
1946 - La bella y la bestia (La Belle et la Bête), co. tec. René Clément
1948 - L'aigle à deux têtes
1949 - Les parents terribles
1949 - Orfeo (Orphée)
1960 - Le testament d'Orphée

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