miércoles, 24 de julio de 2013

La prehistoria del cine

El acta oficial de nacimiento del cinematógrafo lleva la fecha del 28 de diciembre de 1895. Fue aquel día, en el sótano del Grand Café, ubicado en el bulevar des Capucines de París, que tuvo lugar la primera demostración pública y pagada de lo que una joven espectadora llamó "el molinillo de imágenes". El organizador del espectáculo era un empresario lionés, Antoine Lumière; sus hijos Auguste y Louis habían fabricado un aparato destinado, como lo precisaba la patente registrada pocos meses antes, "a la obtención y a la visión de pruebas cronofotográficas". El éxito coronó los esfuerzos de una multitud de buscadores, franceses y extranjeros, que, tras casi un siglo, trabajaban en la realización de ese viejo sueño: reproducir el movimiento de los seres vivos en forma de imágenes, pintadas o fotografiadas.


Ese poder, algo diabólico, de grabar el impulso vital en un soporte estable, y sobre todo de mantener allí la ilusión de vida a través de medios técnicos adaptados, siempre había obsesionado a pintores, taumaturgos o sabios. Podríamos por lo tanto remontarnos al disco de Newton, a la camera oscura de Leonardo da Vinci, a los trabajos de Ptolomeo e incluso al mito de la caverna de Platón.

Desde finales del siglo XVIII, los fanáticos de las linternas mágicas se apretujaron frente a las representaciones del Fantascopio de Wallon Robertson. En vísperas de la Revolución Francesa, triunfaron el "teatro de las sombras" de Séraphin y el "microscopio solar" de Jean-Paul Marat. Luego vino el Fenaquisticopio (1832) del belga Joseph Plateau, en el que se inspiró el francés Émile Reynaud al crear las "pantomimas luminosas" de gran belleza, que merecieron los honores del museo Grévin. El propio Reynaud diseñó los motivos sucesivos de una acción sobre una banda de gelatina flexible, que él animaba acto seguido proyectándola sobre una pantalla con la ayuda de un aparato de su invención, el Praxinoscopio.

Se produjo la revolución de la fotografía. Niepce, Daguerre, Talbot y otros llegarían a modificar poco a poco el paisaje de la creación e investigación de formas muy variadas. Los hombres de ciencia que sacaron provecho de la técnica prodigiosa de captación inmediata de lo real, respaldados por gente habilidosa, casi llegaron a realizar el análisis y la síntesis del movimiento: fue el caso del norteamericano Muybridge, quien, de resultas de una apuesta, logró descomponer el galope de un caballo (cuestionando, al mismo tiempo, toda una tradición del arte con animales); y sobre todo del fisiologista francés Étienne-Jules Marey, inventor de la cronofotografía, que es la base misma del cine. Sus estudios sobre la manera de caminar del hombre o el vuelo de los pájaros tuvieron una influencia decisiva sobre los trabajos de los hermanos Lumière. Hasta entonces se trataba de una suerte de cine de laboratorio, que bastaba producir a plena luz.

Los industriales avezados también entraron en la ronda de los primeros tiempos del cine. El más célebre de todos ellos fue sin duda el estadounidense Thomas Edison, cuyo olfato comercial iba cogido de la mano de una inmensa facultad para la invención, tanto en el dominio del sonido como de la imagen. Su kinetoscopio, asociado con el fonógrafo, habría podido alumbrar a partir de 1892 la implantación mundial del film... ¡sonoro! Sólo se trataba de conseguir el equipo de proyección adecuado. El aparato de Edison, en efecto, tan sólo permitía a un único espectador la visión del film. Por lo tanto, su comercialización seguía siendo necesariamente limitada.

Los hermanos Lumière asociaron la sensibilidad poética de Reynaud, el rigor científico de Marey y la habilidad comercial de Edison. El cine existía in vitro antes que ellos. Sólo faltaba hacerlo funcionar in vivo. Tal fue particularmente el papel de Louis, el primero en realizar filmes en los que estalla el auténtico temperamento del cineasta. A la vez sabio, artista e industrial, supo conjugar el equipo técnico y los medios financieros apropiados, simplificando los hallazgos de sus predecesores en vistas a una explotación cómoda, poniendo manos a la obra sobre "trabajos prácticos" llenos de frescura y de un impacto espectacular, pasando finalmente de la utopía a la realidad.

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