domingo, 28 de julio de 2013

PERSONAJES: Antoine Doinel

François Truffaut vivió una adolescencia descarriada, pero se salvó del arroyo gracias a un desmedido amor por el cine que llamó la atención del crítico André Bazin, a quien dedicó su primer largometraje, Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, 1959). Una auténtica obra maestra que, con los primeros pasos de Chabrol, Resnais y Godard, marca los inicios de la Nouvelle Vague, el movimiento que rompe con la tradición clásica apostando por filmar en exteriores, recurrir al lenguaje y a las historias de la calle e innovar audazmente en la puesta en escena, entronizando al director como autor total de la película. 


Para su ópera prima, realizada a los 27 años tras varios cortos y muchas críticas publicadas en Cahiers du Cinéma, Truffaut quiso observar su pasado a través del ojo de la cámara retratando las correrías de un adolescente en las calles de París. Entre cientos de aspirantes, seleccionó a Jean Pierre Léaud, un chaval de 14 años en el que se reconocía. Así nació Antoine Doinel, su álter ego cinematográfico, el hijo no deseado de una pareja mal avenida que vive como una huida desesperada, de casa, del colegio y, finalmente, de un correcional, del que escapa para ver la playa, el mar, la libertad. Los inolvidables planos finales de la película confirtieron a Doinel en el iconográfico enfant terrible de la Nouvelle Vague, aunque, vista hoy, Los cuatrocientos golpes no destaca tanto por sus innovaciones formales, menos arriesgadas que las de Al final de la escapada (À bout de souffle, Jean-Luc Godard, 1959), basada en una idea de Truffaut, o Hiroshima mon amour (Alain Resnais, 1959), y más deudoras del influyente neorrealismo italiano. El deslumbrante debut de Truffaut, que tiene a un París fotografiado en blanco y negro por Henri Decaë como algo más que un simple telón de fondo, sigue impresionando por su fresco realismo y, sobre todo, por la ternura, desprovista de vanos sentimentalismos, con la que Truffaut se acerca a su protagonista. Doinel dista mucho del clásico e irritante niño de película: sigue estando más cerca de Los olvidados (Luis Buñuel, 1950) que de Cinema Paradiso (Nuovo cinema Paradiso, Giuseppe Tornatore, 1988).

Antoine Doinel, un personaje que tiene tanto de Truffaut como del propio Léaud, seguirá creciendo dentro del cine del afamado realizador francés a lo largo de cuatro películas más en un curioso "work in progress" que mezcla las vidas del actor, del director y del propio personaje. Después de Antoine y Colette, episodio de El amor a los veinte años (L'amour à vingt ans, 1962), film colectivo correalizado por Shintarô Ishihara, Marcel Ophüls, Renzo Rossellini, Andrzej Wadja y, por supuesto, Truffaut, el realizador estuvo a punto de casarse con Claude Jade, que da vida a la novia, mujer y ex mujer de Doinel en las tres últimas películas de la saga: la comedia Besos robados (Baisers voles, 1968), Domicilio conyugal (Domicile conjugal, 1970) y la aquí inédita L'amour en fuite (1978), que integra, a modo de flashbacks, fotogramas de los filmes anteriores. Entre ellos, la muy significativa imagen final de la serie, una escena rescatada de Los cuatrocientos golpes en la que Doinel, fugado del colegio, se sube a una curiosa atracción de feria, que gira a toda velocidad pegando a sus ocupantes contra la pared. Junto al pequeño Jean-Pierre Léaud, en esa secuencia aparece el mismo François Truffaut. Leáud, Doinel y Truffaut, juntos para siempre en la gran centrifugadora de la vida y el cine.


EL TRUFFAUT ORIENTAL
En ¿Qué hora es? (Ni neibian jidian, Tsai Ming-liang, 2001), Lee Kang-sheng compra un DVD de Los cuatrocientos golpes para sentirse cerca de una chica está en París, donde, por cierto, tropieza con Jean-Pierre Léaud. La conexión no es casual. El realizador taiwanés ha visto envejecer a su álter ego a lo largo de once películas.

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