lunes, 19 de agosto de 2013

LOS SETENTA - Woodstock

TÍTULO ORIGINAL: Woodstock.
Three Days of Peace and Music
AÑO: 1970
DURACIÓN: 184 minutos
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: Michael Wadleigh
GUIÓN: Michael Wadleigh
PRODUCCIÓN: Bob Maurice y Dale Bell
para Wadleigh-Maurice Ltd. y Warner Bros.
FOTOGRAFÍA: Malcolm Hart, Don Lenzer, Michael Margetts, David Myers, Richard Pearce, Michael Wadleigh, Al Wertheimer
MONTAJE: Jere Huggins,Thelma Schoonmaker, Martin Scorsese, Michael Wadleigh, Stanley Warnow, Yeu-Bun Yee
MÚSICA: Janis Joplin, Jimi Hendrix, The Who, Joe Cocker, Joan Baez, Crosby, Stills and Nash, Richie Havens, Ten Years After, John Sebastian, Sly Stone, Sha-na-na, Carlos Santana
INTÉRPRETES: documental con las interpretaciones de los artistas del festival
GÉNERO: documental // documental sobre música / histórico / años 60 / conciertos


ARGUMENTO

Agosto de 1969. Fracasado el intento de celebrar un macrofestival en Woodstock, serán las laderas que sirven de pasto a las vacas del granjero Max Yasgur, en Bethel, las que se conviertan en testigos mudos del acontecimiento músico-social más grande todos los tiempos. Lo que en su momento parecía no ser sino un festival más, por amor de las vicisitudes, de su inesperada magnitud (finalmente multiplicó casi por diez las expectativas, llegando a congregar a más de medio millón de personas y dejando en los accesos a otros tres millones), de las presencias irrepetibles de artistas como Jimi Hendrix o Janis Joplin, a quienes poco después la muerte (en septiembre y octubre de 1970, respectivamente) transmutó en iconos del olimpo del rock por sus implicaciones políticas y el halo de apología de amor libre y pacifismo con el que convive y en el que tuvo mucho que ver el movimiento hippie y, por fin, por el eco que se le dio en los medios de comunicación en su momento, se convertiría en algo más que un concierto, en un estado de la mente, en una esperanza. Esos mismos medios de comunicación, el cine y los propios participantes contribuyernon a elevar el evento a mito, atribuyéndole la significación propia y legendaria que hoy evoca el nombre de aquella pequeña población del condado de Ulster, en el estado de Nueva York, donde nunca tuvo lugar el concierto.



COMENTARIO

Con un presupuesto ínfimo para el proyecto que no superaba los 600.000 dólares, un equipo técnico en el que despuntaba como segunda unidad -también como coeditor en un montaje que duró nueve meses-, un recién graduado Martin Scorsese y tan solo nueve cámaras, Michael Wadleigh se desplazó a Bethel para cubrir un macroevento musical, de amplias proporciones y grandes artistas, los mejores, pero un festival más. Sin embargo, lo que allí encontró no tenía nada que ver con un festival corriente. Wadleigh topó de bruces con la Historia. Desde la perspectiva de las cuatro décadas qu contemplan Woodstock, su trabajo pasó de suponer el registro documental sin más de un directo a tomar cariz de instrumento propagador de la conciencia humanizadora que se abría paso con el arma de la palabra como único recurso, enarbolando la bandera blanca de la no violencia en un mundo diseñado por los maestros de la guerra, la intolerancia y el racismo. Un estilo de vida que volvía a las raíces mismas del ser humano y su naturaleza social, unas ideas que inundaban ya el panorama musical, y era precisamente la música y la comunión con su público uno de sus instrumentos más contundentes. Como uno más entre ellos, Wadleigh apostó allí sus cámaras, en el escenario y en las colinas que hacían las veces de embarradas gradas, y los asistentes al festival se ocuparon del resto. El montaje final distribuido por la productora dejaba los 180 kilómetros de metraje rodados (aproximadamente 5.208 minutos) en un montaje impuesto por la Warner de poco más de tres horas de documental, si bien en 1994 Wadleigh reedita el film y recupera 44 minutos.

Lo sorprendente es la percepción que muestra Wadleigh desde el comienzo del material montado sobre la importancia real del momento que está filmando sin el privilegio de la distancia. El mensaje es claro, son tan protagonistas quienes están encima del escenario como los que, más atentos o más ausentes, hacen vida, predican con su sola presencia en los pastos de Yasgur. De hecho, los primeros minutos son para introducirnos en la organización del festival. Después, el Black Power con Richie Havens, abriendo el festival con un acústico, y Jimi Hendrix, el hombre en comunión -casi unión perfecta, indisoluble- con su stratocaster, el compromiso de Joan Báez, la rabia de Janis Joplin o The Who, el sosiego de Canned Heat, el delirio rockabilly de Sha na na, o la mano prodigiosa de Santana. La música habla mientras Wadleigh pasea a sus opoeradores y los duplica son sus recurrentes split screens, entre las exiguas instalaciones, las letrinas, las tiendas, el barro. Capta hasta el último detalle con la minuciosidad del que desea transmitir la esencia, las sensaciones de su propia experiencia, por que Wadleigh desea ser uno más dentro de esa comunión. Está presente cuando la lluvia convierte las laderas de Bethel en un parque acuático y cuando surge aquel espontáneo canto, funcionando además como una metáfora del cambio brutal que sacude a la juventud, el ya mítico Let the sunshine de la era de Acuario.

El caso del director y cámara Michael Wadleigh cobra un cierto halo de misterio, como mínimo de desconcierto. Quizá sea debido a su poco afortunado acuerdo contractual con la Warner para su primer largometraje el hecho de que su escueta carrera posterior como director sólo cuente con tres documentales: Woodstock; una reedición con motivo del vigésimo aniversario del festival, Woodstock: The Lost Performances (1990); y un spin off sobre el venerado por Wadleigh Jimi Hendrix, a partir de los retazos de celuloide no incluidos en su trabajo más emblemático, Jimi Hendrix: Live in Woodstock (1999). Al margen de estos títulos, Wadleigh dirigiría un largometraje de ficción cuyo rodaje abandonó antes de concluirlo, Lobos humanos (1981), film de terror de serie B con un reparto excepcional encabezado por Albert Finney y Edward James Olmos, una rareza convertida en clásico de culto. Sus demás trabajos para la gran pantalla han sido básicamente como fotógrafo.

Se puede señalar que la acogida del film resultó acorde con su significación social. Woodstock fue galardoneado con el Oscar al mejor documental en 1971 y nominado además en los apartados de mejor montaje y sonido. Económicamente el film tambien funcionó, ingresando más de cincuenta millones de dólares solo en los Estados Unidos, una suma más que importante tratándose de un documental. Por su mal acuerdo ya reseñado con la Warner, Michael Wadleigh percibió tan solo un mínimo porcentaje de los benerficios. La permanencia del mito en el tiempo se debe en gran medida a la novísima manera de registrar la épica pacifista por Wadleigh y su influencia se ha dejado sentir en la concepción de rodaje de posteriores eventos musicales, empezando por Gimme Shelter (1970), que cubre el impresionante y trágico Festival de Altamont, o en el propio Scorsese y su homenaje en la retirada de The Band. En 2009, en Talking Woodstock, Ang Lee rescató con precisión y afecto la atmósfera del festival desde el off de su organización, tras las laderas llenas de fantasmas de Yasgur y apenas quedando como anecdótico el hecho musical en sí que justificaba la macrorreunión.

Woodstock fue el antecedente de otros grandes eventos (isla de Wight, Altamont) y cinematográficamente supuso también la primera incursión de Scorsese en el género. Pocos años despues de formar parte del esquipo de realizacion y edición del film, dirigiría el documental sobre el último concierto de uno de sus grupos reverenciados, The Band. Con una cuidadísima realización, en esta ocasión sí centrada en el escenario, El último vals (1978) era un homenaje rodado, una sucesión de los grandes monstruos del rhythm and blues, el soul o el folk. Van Morrison o Bob Dylan a Neil Young o Muddy Waters.

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