viernes, 16 de agosto de 2013

TERROR - El doctor Frankenstein


TÍTULO ORIGINAL: Frankenstein
AÑO: 1931
DURACIÓN: 71 minutos
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: James Whale
GUIÓN: Robert Florey, Francis Edward Faragoh, Garrett Fort según la novela homónima de Mary W. Shelley y la obra teatral de Peggy Webling
PRODUCCIÓN: Carl Laemmle Jr. para Universal
FOTOGRAFÍA: Arthur Edeson (blanco y negro)
MONTAJE: Clarence Kolster
MÚSICA: Bernhard Kaun
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Charles D. Hall 
MAQUILLAJE: Jack Pierce
EFECTOS ESPECIALES: John P. Fulton
(ef. espec. de fotografía)
INTÉRPRETES: Boris Karloff (el monstruo), Colin Clive (doctor Henry Frankenstein), Mae Clarke (Elizabeth), Edward van Sloan (doctor Waldman), Dwight Frye (Fritz)
GÉNERO: terror / ciencia ficción // monstruos


Allá por junio de 1816, un grupo de intelectuales y aristócratas ingleses entre los que se encontraban Mary Wollstonecraft Shelley, Percy B. Shelley, Lord Byron y John William Polidori, reunidos en una casa alquilada por Byron llamada Villa Diodati, ubicada en la localidad suiza de Cologny, cercana a los Alpes, y arrastrados por la excitación creativa a la que dio pie la lectura de diversas historias de fantasmas, convinieron en escribir cada uno de ellos un relato de terror. Los detalles de tan famosa reunión, de sobra conocida y varias veces recreada en el cine, ya entran en el terreno de la leyenda, por lo que poco más se pude decir de la fiabilidad sobre la misma. La aportacion de Mary W. Shelley a tan sugestivo concurso literario fue nada más y nada menos que Frankenstein o el moderno Prometeo, publicada originalmente en Londres en 1818. Del original literario a su traslación en las diversas adaptaciones, teatrales primero y al cine después, no quedaría más que un escueto esquema argumental, sin olvidar que la película de Whale en realidad lo que adapta es la versión teatral Frankenstein, escrita por Peggy Webling.

Boris Karloff interpreta de nuevo al monstruo de Frankenstein en la secuela La novia de Frankenstein,
quizá una obra mucho más redonda y llena de matices que su predecesora.

Tres antecedentes fílmicos, todos ellos mudos, se conocen del Frankenstein de James Whale; por un lado, la película producida por el pionero del séptimo arte Thomas Alva Edison Frankenstein (James Searle Dawley, 1910), que se creía desaparecida hasta que en 1997 se supo de la existencia de una copia, a la que seguirían la también americana Life Without Soul (Joseph W. Smiley, 1915), de la que sólo se conocen algunas fotografías y carteles, y la italiana Il montro di Frankenstein (Eugenio Testa, 1920), de la que no se tiene evidencia física alguna. De ellas, sólo la película producida por Edison parece haber tenido alguna influencia en la más famosa e importante de las versiones realizadas hasta la fecha, la dirigida por James Whale, sólo seguida de cerca en cuanto a excelencia, aunque con menos encanto, por la muy oportuna reinterpretación que se encargaría de hacer Terence Fisher en 1957 con La maldición de Frankenstein.

1) Cartel original del estreno de El doctor Frankenstein. Se dice que un original de este cartel llegó a alcanzar
un precio de 198.000 dólares en una subasta realizada en octubre de 1993 por la casa Odissey.
2) Cartel americano: "¡Atención!, ¡el monstruo está suelto!". 3) Cartel francés  

La trascendencia de El doctor Frankenstein sin duda debe mucho a su director, James Whale. Nacido en 1889 en Inglaterra, pronto destacó por sus dotes artísticas, especialmente con el dibujo, iniciándose en el mundo del espectáculo como actor teatral, faceta a la que añadió posteriormente las de diseñador de decorados, figurinista y ayudante de dirección, logrando asimismo debutar en las labores de dirección de escena. Gracias al éxito de determinado montaje teatral, se le presentó la oportunidad de estrenar esa misma obra en Nueva York, donde acumuló la experiencia necesaria que le abriría las puertas del mundo del cine, por las que entraría precisamente gracias a la película Journey's End (1930), adaptación cinematográfica de la obra teatral del mismo nombre, aquella que tanto éxito le dio tanto en su patria como en los Estados Unidos, a la que ya nos referimos anteriormente. Tras su importantísima etapa en la productora Universal, su carrera no vio logros mayores, apartándose definitivamente del cine en 1949 y posteriormente del teatro en 1952. Enfermo, intentando paliar su sufrimiento con sedantes y pastillas para dormir, no consigue aguantar más y termina suicidándose en 1957 mediante el poco poético procedimiento de tirarse de cabeza a la parte menos profunda de su piscina. Como gráfica ilustración de la personalidad de este artista, es de visión obligada la estupenda película dirigida por Bill Condon en 1998, Dioses y monstruos, donde además se puede disfrutar de una exquisita recreación del rodaje de La novia de Frankenstein.



La narrativa de Whale, pese a no estar dotada de una grandeza descomunal que le haga ser considerado uno de los grandes, ni mucho menos, sí atesora unas cualidades sobresalientes y muy particulares que si en El doctor Frankenstein ya asoman, es en La novia de Frankenstein donde aflorarán en todo su esplendor. Lo primero que se percibe es una planificación nada casual ni alumbrada bajo las demandas de la inercia, muy al contrario, dotada de una evidente intención y eficacia narrativa. 


 ← El extraordinario trabajo del maquillador Jack Pierce significaba una dura prueba diaria para Karloff. El inicio del rodaje para actores y técnicos comenzaba sobre las nueve de la mañana, por lo que Karloff debería  llegar a los estudios sobre las cuatro de la madrugada, someterse a la dura tortura del maquillaje y estar listo para rodar a las nueve.


Por otro lado, el pasado teatral de Whale quizá le lleve en ocasiones a conformar planos generales que bien podrían emparentarse con lo que estuviera sucediendo sobre las tablas de un escenario, el cual asemeja en esos casos con el espacio fílmico; recordemos en lo relativo a este punto, y de forma muy particular, la entrada del monstruo a través de la ventana de la habitación donde se encuentra la prometida de su creador, a la que persigue cómicamente sin que ella tome conciencia de su presencia. Un muy pícaro y escondidamente desvergonzado sentido del humor es otra de las características determinantes de Whale, que exhibirá de manera más decidida en La novia de Frankenstein.


Pero si hay algo que realmente salta a la vista en su trabajo es la concepción pictórica de los planos, con presencia de un fuerte componente expresionista en iluminación y decorados; característica que llevaría a sus extremos en la obra maestra del cine que fue la siguiente película del ciclo que Universal dedicara al monstruo de Frankenstein, la ya mencionada La novia de Frankenstein; recordemos que Whale estaba especialmente dotado para el dibujo y la pintura, pasión a la que se dedicó una vez abandonó activamente el mundo del espectáculo. Es precisamente esa atmósfera expresionista que caracteriza el decorado del laboratorio y aledaños, por contraste, lo que transforma en mágica la inicialmente bucólica y luminosa escena del monstruo y la niña al borde del lago.


Ni James Whale ni Boris Karloff fueron las primeras opciones tenidas en cuenta para el puesto de director y criatura; sin ir más lejos, fue Bela Lugosi el actor elegido en un primer momento para dar vida al monstruo, pero el resultado de las pruebas de maquillaje no pareció gustar a Whale, lo cual debió de ser la causa, entre otras que se barajan, para no asignarle el papel. Como añadidura a la dirección de Whale, dos puntales más se suman para encumbrar lo que El doctor Frankenstein supuso y supone, cualitativa e históricamente hablando: Boris Karloff y el maquillaje creado por Jack Pierce. Una vez descartado Lugosi para encarnar a la criatura, un amigo y amante de James Whale le llamó la atención sobre Karloff, al que había visto en un cometido secundario. Whale se entrevistó con él y le dio el papel; es más, según algunas fuentes, el propio Whale diseñó las líneas maestras del maquillaje, no siendo éste más que una exageración de los propios rasgos de Karloff, maquillaje que se convertiría en la imagen del monstruo de Frankenstein que imitarían la práctica totalidad de las futuras recreaciones del personaje. Esa imagen del monstruo se convertiría, como en el caso de La momia, pero con mayor alcance, en un icono en toda regla: imagen que posteriormente romperían Terence Fisher y Christopher Lee en la particular versión que representa La maldición de Frankenstein (1957), de manera similar a lo que ambos habían hecho antes con la entonces imagen de Drácula. La interpretación de Karloff no tiene desperdicio, conformando un compacto personaje de los pies a la cabeza, capaz de mostrar toda una gama de sentimientos, desde la furia asesina hasta la ternura más inocente, eso contando con la limitación dada por el mutismo del monstruo; limitación que se rompería al continuar el ciclo y siendo el personaje clave con el que el espectador viene a identificarse.

1) El laboratorio del doctor Frankenstein, todo un símbolo unido por siempre a todo mal doctor que se precie.
2) El monstruo, encadenado, es instigado sádicamente por el criado del doctor, Fritz, interpretado
por Dwight Frye, quien también dio vida a Renfield en el Drácula de Browning.

Si algún defecto hay que señalar, el más evidente, por no decir único, es la inconsistencia del guión. Esto es así dado que la evolución de la narración, en varios pasajes, da demasiadas cosas por supuestas, haciéndose incomprensible el avance de la trama en algunos momentos; cosa que por cierto también ocurría, e incluso en mayor medida, en el Drácula de Browning.

Como ya se ha apuntado, no se nos debe escapar el hecho de que El doctor Frankenstein supone una ilimitada fuente de elementos iconográficos para todo el futuro cine de terror y, por qué no decirlo, para la generación de la cultura popular del siglo XX, lo que sin duda se convierte en su mayor legado.

La criatura y su hacedor, el doctor Frankenstein, se enfrentan en un desolado paisaje. Quizá el monstruo no sea
más que el otro yo del doctor, el Doppelgänger de los románticos, a quien se ve obligado a enfrentarse.

En otro orden de cosas, como nota significativa y citando a Roberto Cueto, auténtico experto en lo que a música de cine respecta, y en relación con la banda sonora de sendos clásicos en la Universal: "... parte del desconcierto que provocan hoy en el espectador cintas como El doctor Frankenstein o Drácula se debe, precisamente, a su carencia de música: desprovistos del sentido de continuidad que proporciona el discurso musical, el ensamblaje de los planos no puede evitar el roce de aristas, las dislocaciones en la retina, de manera que propone un involuntario y rudo efecto de sintaxis fantástica".

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...