martes, 10 de septiembre de 2013

LOS SETENTA - El coloso en llamas

TÍTULO ORIGINAL: The Towering Inferno
AÑO: 1974
DURACIÓN: 165 minutos
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: John Guillermin
GUIÓN: Stirling Silliphant, sobre las novelas The Tower, de Richard Martin Stern, y The Glass Inferno, de Thomas N. Scortia y Frank M. Robinson
PRODUCCIÓN: Irwin Allen para Twentieth Century-Fox y Warner Bros.
FOTOGRAFÍA: Fred J. Koenekamp y Joseph Biroc
MONTAJE: CArl Kress y Harold F. Kress
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Ward Preston
MÚSICA: John Williams
INTÉRPRETES: Steve McQueen (O'Hallorhan), Paul Newman (Doug Roberts), William Holden (Jim Ducan), Faye Dunaway (Susan), Fred Astaire (Harlee Claiborne), Susan Blakely (Patty), Richard Chamberlain (Roger Simmons), Jennifer Jones (Liselotte), Robert Vaughn (senador Parker), Robert Wagner (Bigelow), Norman Burton (Giddings), Jack Collins (alcalde Ramsay)
GÉNERO: acción / drama // catástrofes


ARGUMENTO

El arquitecto Doug Roberts aterriza en la azotea de un alto edificio de San Francisco, apodado "la torre de cristal", diseñado por él, para la fiesta de inauguración. Los técnicos ultiman el arreglo de pequeños fallos en las instalaciones del edificio, mientras el arquitecto tiene un encuentro amoroso con su novia, Susan. Al mismo tiempo, Claiborne, un anciano timador, llega en taxi, una profesora de pintura termina su clase con unos niños. En un almacén, un cuadro de control eléctrico, rodeado de productos inflamables, empieza tímidamente a arder. A ello se suma el fallo del sistema automático de detección de fuego. La avería impide al equipo de seguridad localizar el lugar del incendio y Roberts descubre un problema de calidades en determinados materiales del edificio. Abajo, un gran despliegue mediático se agolpa a la puerta del coloso, a los lados de la alfombra roja por donde van desfilando artistas y autoridades, incluido el alcalde de San Francisco y su esposa y el gobernador Parker, llegado exprofeso desde Washington para el evento. Queda inaugurada oficialmente la torre y comienza la fiesta con todo el edificio iluminado, majestuoso bajo el cielo de la noche.

Avisado el cuerpo de bomberos, la fiesta continúa mientas el propio arquitecto comienza su colaboración en el dispositivo de extinción diseñado sobre la marcha por el jefe de bomberos, O'Hallorhan. El intento de desalojar la fiesta en la planta 134 y derivarla hacia el vestíbulo se ven truncado ante lo avanzado del incendio, originado en la planta 81. Comienza el nerviosismo, la pérdida del control de los invitados y las primeras muertes en distintas dependencias. Todo intento de evacuación se va viendo frustrado por diversos motivos; el principal de ellos, el fuerte viento, que no permite el trabajo con los helicópteros. Tras la muerte de alrededor de doscientas personas, la voladura de los depósitos de agua situados en la azotea del edificio es lo único que consigue acabar con el fuego, que ya ha destruido casi toda la torre.



COMENTARIO

Lo catastrófico y lo apocalíptico han sido siempre connaturales al cine desde sus orígenes, pero el género de catástrofes, uno de los más prolíferos, llega a su esplendor en la década de los setenta del siglo XX. Volcanes, huracanes, terremotos, animales, pasados por el filtro de la ciencia ficción o no, se renuevan después ya a mediados de los noventa. La inauguración de elementos creados por la cultura humana, desafiando a la naturaleza, también es un tema recurrente en el cine. Esta expresión del miedo al fin es según algunos críticos síntoma de la inseguridad social ante el poder y el momento en que toca vivir. Aeropuerto (George Seaton, 1970), y sus secuelas, La aventura del Poseidón (Ronald Neame, 1972) y Terremoto (Mark Robson, 1974) son algunos títulos de los más celebrados de este momento.

El director John Guillermin fue autor de documentales y series de televisión en los años cincuenta y en su haber figuran las direcciones de Tarzán en la India (1962), El Cóndor (1970) y King Kong (1976). Pero tan importante como él es el productor, Irwin Allen, apodado "Disaster Man", por su dilatada carrera televisiva como creador de series de ciencia ficción: Perdidos en el espacio (1965-1968), Viaje al fondo del mar (1964-1967) y Tierra de gigantes (1968-1970), corresponden a algunos de sus mayores éxitos.

Dedicada a los hombres que luchan contra el fuego, esta es una película completamente comercial. Marcada por cuestiones de género, aparecen en ella todos los tópicos que se esperan en un film de desastre. Las escenas de acción están cargadas de espectacularidad con un correctísimo uso y dominio de los esfectos especiales, de alto grado de realismo, y sin haber tenido la posibilidad de la ayuda digital. Lo espectacular está igual de medido y dosificado que el suspense. Ese dominio del trabajo narrativo en general hace que sea especialmente apreciado el guión, por encima de la historia en sí misma, que es en extremo simple. Para ello ha sido necesaria la coralidad de personajes. El ritmo narrativo se alcanza alternando escena de acción y peligro ante el fuego y otras dialogadas de personajes por parejas de oposición en la mayor parte de los casos, parejas que, además, lo son desde el punto de vista sentimental. Esta alternancia de historias nucleares y acción ayuda a prolongar la cinta y a aliviar la tensión del espectador.

La realización es correcta y ofrece algunos planos para el recuerdo, como el contrapicado desde la base del rascacielos como cámara subjetiva del personaje interpretado por Fred Astaire, que denota el vértigo de la altura desde abajo del coloso antes de arder. La propia ambientación se puede decir que es sobria: de interior la mayoría del tiempo, trabaja sobre un edificio donde, hasta caben árboles, pero sin caracterizar lo suficiente como para quedar marcado. Muchas películas de esta década han envejecido por recrear una ambientación excesivamente pegada a la caracterización de una moda, pero no es el caso de El coloso en llamas, ni en ambientes ni en personajes. Los decorados, por lo demás, sufren un deterioro progresivo conforme avanza, el fuego y la acción del hombre en su intento de acabar con él, pero lo hacen de un modo progresivo y natural, sin que el espectador sienta extrañamiento al llegar al final y encontrarse con un escenario post-apocalíptico. El juego de la focalización omnisciente del comienzo del film permite al espectador saber lo que no saben los personajes. Conocen el origen y comienzo del fuego, así como su expanción desde el minuto doce, mientras que los propios personajes no lo saben hasta el minuto treinta y siete, lo que deja al espectador con una ventaja de angustia de veinticinco minutos. Esta creación de suspense la desarrolla también el montaje en paralelo con ritmo in crescendo que alterna escenas de diversas plantas o del salón Promenade con las escenas de avances de bomberos o de la base de operaciones en el exterior de la torre de cristal.

La película fue premiada en 1975 con los Oscar a la mejor fotografía, mejor montaje y mejor canción, además de obtener dos Globos de Oro, a la intérprete promesa (Susan Flannery) y al mejor actor secundario, un Fred Astaire recuperado para el cine en su ancianidad. Estos premios están en correspondencia con un gran éxito de taquilla, que la convirtió en la segunda proyección más taquillera del año, detrás de Tiburón (Steven Spielberg, 1974), también de suspense y peligro animal, otra fuerza de la naturaleza.

En la película, el rascacielos y el fuego son elementos procedentes de dos novelas adaptadas, de parecidos argumentos, que transcurrían en Nueva York y que fueron fusionadas al ser comprados los derechos de ambas por la productora para evitar que otros estudios usaran una de las dos para un film; se escribieron coincidiendo con la inauguración de las torres gemelas (1972) de Manhattan: la novela Rascacielos se edita en 1973 y La torre de cristal en 1974. El fuego como elemento dramático es uno de los cuatro elementos que ha generado historias por completo dispares. Puede cotejarse las diferencias entre la película relacionada con el fuego como origen de problemas que es Pánico en el túnel (Rob Cohen, 1996) y esta otra, en claro contraste, Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966).

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